En una carta publicada el pasado 28 de noviembre, Elon Musk, propietario y fundador de la empresa aeroespacial SpaceX, comunicó a sus trabajadores que se encontraban en una crisis debido a los retrasos en el desarrollo del motor Raptor. Un problema que presenta opciones reales de dejar a la compañía en la bancarrota.
Pero ¿cómo es que SpaceX, la primera compañía de desarrollo espacio privado se dirija a la quiebra a tan sólo 20 años de su nacimiento? Una compañía que en más de un aspecto ha fungido como patrocinadora de la NASA.
Para entender esto debemos revisar el otro gran objetivo que tiene la empresa, además de acelerar la exploración espacial por un factor de 10.
Hace 10 años starlink sonaba a un proyecto sacado de una película de Iron Man: Un proyecto que pretende generar una especie de esfera de dyson alrededor de la tierra con satélites interconectados en una teselación, con el objetivo de proporcionar cobertura telefónica a cualquier rincón de nuestro planeta sin importar la infraestructura que pueda haber en el terreno.
Un proyecto que ofrece beneficios filantrópicos, pero que también supone un control de facto sobre las comunicaciones alrededor del globo. Un proyecto que ya está en marcha, tanto así que la mayor parte de los recursos de Spacex se han ido en la producción de los centenares de satélites que darán el hardware a esta red.
Aquí es donde entra el Motor Raptor, pues los satélites diseñados para la red starlink son considerablemente más grandes y pesados que los satélites convencionales, y por lo tanto necesitan un cohete con mucha más potencia que los lleve a órbita en grandes cantidades.
Un motor cuya producción final estaba programada para este 2021 y que simplemente no termina de desarrollarse. Un “auténtico fiasco”, indicó el empresario sudafricano, dueño también de Tesla y otras cuatro multinacionales.La realidad es que, si por algún milagro, la red starlink entrará en operaciones este 2022 SpaceX no sólo librará la banca rota, sino que también podrá cosechar los frutos de su inversión. Una inversión que dará más comodidad a la conectividad global pero que podría tener entre la espada y la pared a los gobiernos que no cuadren con esos intereses.